Entreviendo quizás un infinito círculo temporal, Brandsen abrió la décima puerta y se internó otra vez en el oscuro laberinto. En el preciso instante en que cruzó el umbral le sobrevinó una oscuridad total, casi pesada. Con la siniestra tanteó la rugosa pared: otra vez la misma textura pedregosa, alternándose cada diez metros con un breve espacio vacío, en el que adivinaba largos corredores y estrechas escaleras. A su derecha sabía se extendía una pared de inclinación piramidal que formaba un arco de 180º con el suelo. Acaso infinita, había comprobado con horror que en cada pasillo se repetía la misma estructura, fuera ese acaso el motivo por el que no había tomado siempre el sendero hacia la izquierda, como sabía era regla general en asquellos extensos y místicos lugares (Knossos, Andre le Notre, Altjessnitz)
Lo dijo un soldado romano a Dios.
Hace 11 años